Hermann le dice a su mujer algo al odo y se le iluminan los ojos. Quiere que vayan con l a Suiza, al Eiger. Ya ha arreglado todo con su amigo Sepp, que va a guardar un sitio para ella y la nia en el auto. Desde la cabaa podrn verle con los prismticos mientras trepa por los riscos. Esta es la manera que tiene de hacer feliz a su mujer. Mientras otros maridos se procuran la felicidad domstica pagando el tributo en la joyera o llevando a su esposa al restaurante ms caro de la ciudad, l alberga a su mujer y a Kriemhild, con sus diez meses de edad, en una litera del refugio de Kleiner Scheidegg, atiborrado de bulliciosos alpinistas que lo usan como punto de partida para atacar la clebre cara norte del Eiger. "Estaremos de vuelta esta misma noche", le susurra al despedirse, mucho antes del amanecer. Est seguro de que todo saldr bien. En realidad nunca se ha sentido mejor. Su alma vibra con cada paso que le acerca a la montaa, siente que su cuerpo es una caja de resonancia, un instrumento ... seguir leyendo »