Ana y yo fuimos inseparables durante nuestra etapa escolar. No nos sentábamos juntas en clase, porque nos colocaban por orden de lista y nuestros apellidos distaban de la E a la P, pero cuando llegaba el recreo, nos buscábamos la una a la otra, ambas desesperadas por contarnos nuestras cosas.
Nuestras cosas por aquel entonces eran relatarnos las películas que habíamos visto durante el fin de semana, o explicarnos con todo lujo de detalles algún sueño un tanto especial que hubiéramos tenido la noche anterior.
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