Apenas habíamos comenzado el curso y teníamos ya el estrés al borde de un ataque de nervios.
Miguel con sus cositas y yo con las mías, el caso es que se hacía necesario un respiro.
Con mogollón de cansancio acumulado y con el ansia viva por escalar a flor de piel, nos pedimos unos días en los respectivos curros y desaparecemos del mapa.
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