Gasto las mañanas pensando en subir copetes helados que me hagann respirar más cerca de la muerte que de costumbre. La aclimatación está en curso y después de algunos paseos herbosos he podido comenzar a moverme con un mínimo de dignidad y en bipedestación. Además la comida del campo base está más que comestible y me nutro a base de carne de yak (nota del autor: parecida a la ternera) y té verde (sólo había de este modelo).
Las tardes las malgasto escribiendo estupideces como ésta para que usted, querido lector, pierda un poco el tiempo y las ganas de trabajar. Todo esto hace posible que me sobrevalore de nuevo y decida unirme una vez más al grupo multidisciplinar para subir a 5000 metros de altura.
No mucho mas tarde me daría cuenta que fue una mala decisión.
Afortunadamente esta vez he conseguido que ningún ruso acceda al selecto e hipóxico elenco. Un amigable sherpa-mongol (de los mongoles de verdad) de la zona, se me ofrece insinuante y retorcido para llevar ... seguir leyendo »
Un ex-convicto soviético me devuelve a una realidad paralela que no me gusta especialmente, la de mandíbulas rozando el suelo, narices profundamente quemadas, casi necróticas y olor a letrina con abundante carga. Algunas conversaciones se suceden en un idioma propio del valle, entre el inglés y el kirguiz del sur, donde por un par de galletas de chocolate consigues fácilmente un refresco o un pan seco para almorzar y un zumo.
Grupos de indigentes, entre los que me incluyo, con más pinta de estar esperando su periódica dosis de metadona que de subir pirámides heladas, alzan voces y manos enérgicamente al aire, como queriendo ahuyentar al leopardo de las nieves, pero trazando con los labios y las enegrecidas manos nombres y formas de montañas ininteligibles para los mortales.
Sin duda alguna aquí los más engreidos, tercos, antipáticos y dados a la épica son los rusos.
El sol rasga las cimas y me odio a mi mismo por no poder ir a ellas dado mi lamentable aclimatación ... seguir leyendo »